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Para interpretar las primeras y espectaculares decisiones de Donald Trump, no busqueís su origen en los tratados de teoría política, ni siquiera en las enseñanzas de Maquiavelo. Trump tiene su propio manual: The Art of the Deal, que publicó en octubre de 2015, dos años antes de ocupar por primera vez la Casa Blanca y que es libro de referencia de quienes piensan, cómo Elon Musk, que el éxito empresarial es proporcional a la testosterona. A la energía masculina desplegada por el negociador, por decirlo en palabras de Mark Zuckerberg.
El arte de Trump consiste en negociar a garrotazos, sin perder nunca la iniciativa.
Así ha empezado, cogiendo a sus dos vecinos por los aranceles, y obligándoles, en 24 horas, a comprometerse en el control del fentanilo y de los migrantes en las fronteras de Estados Unidos.
O amenazando a los gazatíes y a todos los árabes con quedarse con Gaza y llevar allí sus negocios inmobiliarios.
No se confundan: lo importante es el mensaje, no el resultado.
Todo el mundo sabe que el fentanillo seguirá consumiéndose en Estados Unidos, mientras existan las siniestras condiciones sociales que justifican su presencia.
Nadie cree que Gaza acabe siendo un gigantesco Mar-a-Lago donde vayan a pasar sus vacaciones los jeques del Golfo.
¿De qué se trata? De justificar la foto con el bate de beisbol y de construir un relato que puede unir a los suyos, aunque provoque el pasmo en medio mundo.
El coctel de fentanilo, inmigración y criminalidad no tiene parangón. El enemigo en casa. El horror en las calles de las ciudades. El pánico para todos los que tienen algo que perder. Un espantajo que duró 24 horas y ha justificado mandar a los primeros migrantes, criminales por supuesto, a Guantánamo.
¡Clean, clean, clean! Limpiar es el verbo más usado por sus seguidores en las redes sociales. Limpiar también Gaza de todos estos miserables que no saben el tesoro que pisan.
Los mandaremos a una “zona hermosa”, explicó Trump delante de un Netanyahu extasiado: El Sinai y los desiertos de Jordania.
Volvamos al libro sobre el arte de negociar. Si quieren ahorrarse su farragosa lectura, vean El aprendiz el excelente biopic que Trump quiso prohibir y que explica de donde ha salido este personaje que hoy está sentado en el mismo sillón que ocuparon Washington, Roosevelt, Eisenhower, Kennedy... o Barled
La primera regla es ‘atacar, atacar, atacar’. La segunda es negarlo todo. Y la tercera es tener la suficiencia necesaria para decir que siempre has ganado, aunque te hayas pegado una hostia monumental cómo le ocurrió a Trump con los fracasados proyectos del Taj Mahal, del Castle Associates, o con dos mega-resorts que también llevaban su nombre.
Para Trump, el arte de la negociación consiste en saber exagerar sus capacidades y en mitigar sus debilidades. Ello le permite pensar a lo grande (Think Big), aunque parezca una locura (Gaza). En saber ser duro, cruel, si hace falta, cuando le conviene (Panamá) y en aceptar apaños en un plis-plas, por teléfono o por mail (México y Canadá).
Lo intentó con Xi Jinping, llevándoselo a jugar al golf durante su primer mandato, pero los chinos llevan veinticinco siglos leyendo a Sun-Tzu.
La última de las reglas es alimentar a los medios con titulares sensacionalistas e "inundar la zon 24X7" (con Elon Musk de correveidile, ya no le hace falta cortejar al New York Times).
En alguna ocasión Trump ha explicado que, para él, lo importante de toda negociación no es el dinero, sino ‘playing the game’, o sea jugar el juego. Cada cual se excita con lo que puede, y nada hay que objetar a que un hombre busque en el ejercicio de sus privilegios su fuente de placer.
Si no fuera porque estamos ante un presidente de Estados Unidos, cuya locuacidad imperial tiene consecuencias, nos lo pasaríamos en grande.
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